(Jueves, 5/8/2010) Sueño.
Tenía que cambiar de casa. Había otra familia. Es de noche.
Recuerdo que hay que quemar algo y lanzarlo al fuego.
Me dirijo a un lugar donde debe hacerse el intercambio de casa.
La nueva casa está forrada de paneles de madera hasta el techo, tiene los techos muy altos. Es antigua, muy antigua.
Subo una escalera de madera, hay un pasillo con la barandilla también de madera, desde ahí arriba veo el suelo, el pasillo me conduce a una habitación. Es un cubículo de madera. Al cada lado de la puerta hay dos estatuas de ángeles de tamaño humano. Llevan las alas desplegadas. Se abre la puerta y sale un hombre que me dice que se va, que ya está todo preparado. Se supone que debo entrar. Me despierto.
He pasado muchas horas rumiando.
Incapaz de permanecer en el presente.
Recordando, casi una a una, situaciones de acoso, dos años da para muchas...
"Básicamente" el problema que veía allí era la falta de información registrada. La enfermera y el T. O. tenían sus carpetas al día, pero con nosotras se funcionaba con el "boca a boca". De pronto te preguntaban qué día había pasado algo determinado con algún usuario/usuaria y nadie sabía responder con exactitud cuando fue.
Encontré en la habitación de mis hijas unos cuadernillos, me quedé con uno para anotar esas pequeñas incidencias tan difíciles de recordar y lo que a mí me pareciese importante sobre los usuarios.
Jamás me informaron sobre las enfermedades de los usuarios, tuve que averiguarlo preguntándolo individualmente a cada uno de ellos. Cuando me dieron el alta, la enfermera se dignó, por primera vez y después de llevar allí dos años trabajando, en un aparte, informarme sobre los usuarios/usuarias nuevos, enfermedades y cuidados. [Me quedé flipándolo.]
Durante las comidas, normalmente solía haber cierta tensión, pero cuando se unió el sustituto, en lugar de ser más amenas se convirtieron (al menos para mí) en un dolor de estómago diario. Había tanta tensión que se podía cortar con cuchillo. A ver, no era el sustituto el que dijese algo inapropiado, simplemente a los otros compañeros les molestaba que estuviera allí y no lo disimulaban.
Personalmente era incapaz de levantar la vista del plato, así no veía las expresiones de mis otros compañeros, el sustituto se esforzaba en mantener una actitud cordial y amigable, abierta. Solía haber discusiones, el grupo atacaba al sustituto y me ponía de parte del sustituto. Le atacaban por el asunto más absurdo, daba igual. Lo que importaba era atacarle verbalmente; el sustituto se lo tomaba bastante bien, era bastante consciente del hostigamiento.
Intenté defenderle muchas veces, sé que se me ponía el nudo más estrecho en la soga que llevaba ya en el cuello. Pero me daba igual, seguía con lo mío, "pues a mí me cae bien; es muy culto, muy amable". Seguían con su monotema de que era un psicópata. Un día me prohibieron que hablara con él. "Estás con nosotros o contra nosotros". "Solo estoy conmigo" le dije al T.O. y a Lolita, "ni con vosotros ni contra vosotros, solo conmigo". Me negué a ser un pelele, a que controlaran mi forma de pensar, mi forma de ser, a que decidieran por mí. No me integré bien en el grupo "amorfo" del trabajo porque jamás quise dejar de ser yo misma.
Ese grupo lleva muchos años trabajando juntos (por eso lo de "amorfo"), se manipulan entre ellos, se adulan, se egolatran, se utilizan... y ya han traspasado con creces el límite de donde acaba la amistad y empieza el trabajo. Todo, todo, se llevaba al terreno personal. Soy perfectamente capaz de alabar el buen hacer de un profesional, pero no sé ser una lameculos, culpa mía.
A todo esto, intentaba mantener mi religión.
Era un ambiente perverso y malsano, un lugar ideal para practicar el Loyong. Intentaba por todos los medios devolver lo contrario a lo que recibía. Bondad, bondad y más bondad. Aprender de ellos lo perversa que puede ser una persona, como funcionaban sus mentes, como enredaban los hilos tejiendo sus trampas, como vendían falsas imágenes de sí mismos, sus seducciones, sus manipulaciones, sus espejismos, todo falso.
Practicar el servicio allí era un reto, sobrevivir cada día a sus putadas y poder regresar al día siguiente llena de paz y energía, una lucha.
Seguir con mi servicio, tratar con dignidad y respeto, con amabilidad y sosiego, con cariño e ilusión a los veintitantos usuarios del centro. Escucharles, hablarles, sonreírles, darles afecto, estimular su humor, cuidarles. Era lo único que me importaba.
Un día, durante la comida, la directora del centro me preguntó hasta donde estaba dispuesta a trabajar por 758€.
[Esa es mi nómina, y dos pagas extras al año, aunque tengo en algunas nóminas muchas irregularidades, pero eso es otro tema.]
Dejé los cubiertos en el plato. Aquella pregunta tenía que tener trampa, no es una pregunta normal. Me recliné en mi asiento y pensé mil y una respuestas en segundos.
Estaban todos callados mirando su plato y expectantes. La miré a los ojos y le dije:
" Si dejase de trabajar porque me pagan menos, los perjudicados serían los usuarios y no me interesa hacerlo, porque estas dos con lo que cobran no dan golpe y alguien tiene que hacer el trabajo y no seré yo la que deje de currar, a eso no quiero jugar".
Nadie replicó. La enfermera y la directora me miraban fijamente, mis compañeras miraban algo dentro del plato. No se volvió a hablar de ese tema nunca más así que no entiendo aún el porqué de aquella pregunta. Me sentí muy incómoda, hasta me incomodó el silencio de mis compañeras. Era un viernes.
En el centro la subcontrata puso la norma de que una de nosotras tenía que estar de guardia mientras los usuarios descansaban en la sala de la tele. (13:30 a 14:30 aprox.)
Los viernes la única que seguía la norma era yo, salvo cuando había alguna sustituta, entonces sí respetaban mis compañeras la norma.
Un día me lo pasé reprimiéndome la risa. El sustituto había metido en cintura a la enfermera y llevaba puesta la bata. Traía una cara de cabreo tremenda. No me reí, me limite a decirle que le sentaba bien. La palabra "psicópata" se repitió ese día tropecientas veces. Y oí mil y un planes para quitar de en medio al sustituto.
Tenía que cambiar de casa. Había otra familia. Es de noche.
Recuerdo que hay que quemar algo y lanzarlo al fuego.
Me dirijo a un lugar donde debe hacerse el intercambio de casa.
La nueva casa está forrada de paneles de madera hasta el techo, tiene los techos muy altos. Es antigua, muy antigua.
Subo una escalera de madera, hay un pasillo con la barandilla también de madera, desde ahí arriba veo el suelo, el pasillo me conduce a una habitación. Es un cubículo de madera. Al cada lado de la puerta hay dos estatuas de ángeles de tamaño humano. Llevan las alas desplegadas. Se abre la puerta y sale un hombre que me dice que se va, que ya está todo preparado. Se supone que debo entrar. Me despierto.
He pasado muchas horas rumiando.
Incapaz de permanecer en el presente.
Recordando, casi una a una, situaciones de acoso, dos años da para muchas...
"Básicamente" el problema que veía allí era la falta de información registrada. La enfermera y el T. O. tenían sus carpetas al día, pero con nosotras se funcionaba con el "boca a boca". De pronto te preguntaban qué día había pasado algo determinado con algún usuario/usuaria y nadie sabía responder con exactitud cuando fue.
Encontré en la habitación de mis hijas unos cuadernillos, me quedé con uno para anotar esas pequeñas incidencias tan difíciles de recordar y lo que a mí me pareciese importante sobre los usuarios.
Jamás me informaron sobre las enfermedades de los usuarios, tuve que averiguarlo preguntándolo individualmente a cada uno de ellos. Cuando me dieron el alta, la enfermera se dignó, por primera vez y después de llevar allí dos años trabajando, en un aparte, informarme sobre los usuarios/usuarias nuevos, enfermedades y cuidados. [Me quedé flipándolo.]
Durante las comidas, normalmente solía haber cierta tensión, pero cuando se unió el sustituto, en lugar de ser más amenas se convirtieron (al menos para mí) en un dolor de estómago diario. Había tanta tensión que se podía cortar con cuchillo. A ver, no era el sustituto el que dijese algo inapropiado, simplemente a los otros compañeros les molestaba que estuviera allí y no lo disimulaban.
Personalmente era incapaz de levantar la vista del plato, así no veía las expresiones de mis otros compañeros, el sustituto se esforzaba en mantener una actitud cordial y amigable, abierta. Solía haber discusiones, el grupo atacaba al sustituto y me ponía de parte del sustituto. Le atacaban por el asunto más absurdo, daba igual. Lo que importaba era atacarle verbalmente; el sustituto se lo tomaba bastante bien, era bastante consciente del hostigamiento.
Intenté defenderle muchas veces, sé que se me ponía el nudo más estrecho en la soga que llevaba ya en el cuello. Pero me daba igual, seguía con lo mío, "pues a mí me cae bien; es muy culto, muy amable". Seguían con su monotema de que era un psicópata. Un día me prohibieron que hablara con él. "Estás con nosotros o contra nosotros". "Solo estoy conmigo" le dije al T.O. y a Lolita, "ni con vosotros ni contra vosotros, solo conmigo". Me negué a ser un pelele, a que controlaran mi forma de pensar, mi forma de ser, a que decidieran por mí. No me integré bien en el grupo "amorfo" del trabajo porque jamás quise dejar de ser yo misma.
Ese grupo lleva muchos años trabajando juntos (por eso lo de "amorfo"), se manipulan entre ellos, se adulan, se egolatran, se utilizan... y ya han traspasado con creces el límite de donde acaba la amistad y empieza el trabajo. Todo, todo, se llevaba al terreno personal. Soy perfectamente capaz de alabar el buen hacer de un profesional, pero no sé ser una lameculos, culpa mía.
A todo esto, intentaba mantener mi religión.
Era un ambiente perverso y malsano, un lugar ideal para practicar el Loyong. Intentaba por todos los medios devolver lo contrario a lo que recibía. Bondad, bondad y más bondad. Aprender de ellos lo perversa que puede ser una persona, como funcionaban sus mentes, como enredaban los hilos tejiendo sus trampas, como vendían falsas imágenes de sí mismos, sus seducciones, sus manipulaciones, sus espejismos, todo falso.
Practicar el servicio allí era un reto, sobrevivir cada día a sus putadas y poder regresar al día siguiente llena de paz y energía, una lucha.
Seguir con mi servicio, tratar con dignidad y respeto, con amabilidad y sosiego, con cariño e ilusión a los veintitantos usuarios del centro. Escucharles, hablarles, sonreírles, darles afecto, estimular su humor, cuidarles. Era lo único que me importaba.
Un día, durante la comida, la directora del centro me preguntó hasta donde estaba dispuesta a trabajar por 758€.
[Esa es mi nómina, y dos pagas extras al año, aunque tengo en algunas nóminas muchas irregularidades, pero eso es otro tema.]
Dejé los cubiertos en el plato. Aquella pregunta tenía que tener trampa, no es una pregunta normal. Me recliné en mi asiento y pensé mil y una respuestas en segundos.
Estaban todos callados mirando su plato y expectantes. La miré a los ojos y le dije:
" Si dejase de trabajar porque me pagan menos, los perjudicados serían los usuarios y no me interesa hacerlo, porque estas dos con lo que cobran no dan golpe y alguien tiene que hacer el trabajo y no seré yo la que deje de currar, a eso no quiero jugar".
Nadie replicó. La enfermera y la directora me miraban fijamente, mis compañeras miraban algo dentro del plato. No se volvió a hablar de ese tema nunca más así que no entiendo aún el porqué de aquella pregunta. Me sentí muy incómoda, hasta me incomodó el silencio de mis compañeras. Era un viernes.
En el centro la subcontrata puso la norma de que una de nosotras tenía que estar de guardia mientras los usuarios descansaban en la sala de la tele. (13:30 a 14:30 aprox.)
Los viernes la única que seguía la norma era yo, salvo cuando había alguna sustituta, entonces sí respetaban mis compañeras la norma.
Un día me lo pasé reprimiéndome la risa. El sustituto había metido en cintura a la enfermera y llevaba puesta la bata. Traía una cara de cabreo tremenda. No me reí, me limite a decirle que le sentaba bien. La palabra "psicópata" se repitió ese día tropecientas veces. Y oí mil y un planes para quitar de en medio al sustituto.
Hoy es 11 de agosto, otro sueño. Veo el horizonte, hay blancura a mí alrededor. Lejos de mí, hay un hombre esperándome. Me despierto.