Soy incapaz de recordar que dije y de que me habló Ricardo de ANAMIB el primer día que hablé con él por teléfono. No recuerdo si fue en noviembre o en diciembre.
Las reuniones se hacen los jueves a las 19:00. En otra entrada hablaré más de ellos y de la maravillosa labor que realizan.
A mitad de camino deseé volver a casa. ¿Para qué iba a ir? ¿Alguien de allí iba a creerme? Dudaba aún que mi médico hubiese dado crédito a lo que le conté.
¿Cómo podía explicarles el terror que sentía dentro, tan dentro? ¿Me creerían, se burlarían?
Solo sabía que no podía explicarme a mí misma aquél terror que sentía y menos aún explicárselo a otra persona. ¿Porqué desde aquél día que me derrumbé el mundo era árido y hostil, oscuro, frío, muerto?
Recuerdo que la tarde que me acerqué por vez primera a la asociación ya había anochecido, tenía frío, llevaba unas gafas de sol muy oscuras, ocultándome, ocultando mis ojos hinchados de llorar y la expresión de mi cara, una expresión que no soportaba ver en el espejo. Me vi de refilón en un escaparate, ¿dónde vas?, pensé. Nadie te va a creer.
Pero llegué hasta allí, empecinada, bastante me había costado salir de casa para echarme atrás a mitad de camino. Tuve suerte ya que solo había cuatro personas, Ricardo, Guillermo (psicólogo clínico) y otra mujer, víctima de acoso laboral. Sé que de haber habido más gente no habría dicho ni mú. La otra mujer es argentina, recuerdo que su forma dulce de hablar me sosegó algo. Recuerdo su tono de voz, pero no recuerdo de qué habló. Recuerdo a Ricardo y a Guillermo haciéndome preguntas; de esa tarde apenas me recuerdo a mi misma diciendo que nadie me iba a creer nunca, que "ellos" siempre vendían su imagen de "adorables", les conté un incidente que se me había quedado bloqueado durante meses y que no había podido contar a nadie salvo a mi hija y que solo le mencioné dos o tres veces.
Desde que me dieron la baja en el trabajo, estaba sumida en un horrible estado mental. Quisiera que entendierais lo desesperanzada que me sentía. Con un imparable monólogo interior, un "runrún" que no podía parar. Por las mañanas me despertaba tensa, agarrotada, tiesa cuán larga soy, dolores en los dos brazos, en los dos hombros, contracturada de cintura hacia arriba, calambres en los gemelos, las cervicales rígidas, una irritante e insoportable parestesia en el brazo izquierdo que se acentuaba increíblemente cada vez que me acordaba del trabajo o de mis compañeros de trabajo.
Sentía que mi interior no existía, que era una cáscara vacía, con lo mínimo indispensable para regir mi cuerpo. No tenía hambre, solo nauseas. El trastorno gastrointestinal era un infierno. Sentía que el tiempo se había detenido, me parecía revivir todos los días lo mismo; dolor, dolor, dolor. Físicamente, mentalmente, anímicamente, espiritualmente; no me sentía viva, sino como una especie de zombi o sombra de lo que antes fui.
Recuerdo que unos días antes de ponerme enferma, una tarde que el ninguneo se me hizo insoportable, me encerré en el aseo, y allí sentada, me arrancaba el vello de las piernas; y sí, estaba viva, no era un fantasma; si me dolía, es que estaba viva.
Ellos podían negarme el habla, se podían dar la vuelta para hablar entre ellos cuando yo les dirigía la palabra, como si no existiera... podían ignorarme hasta que era un ser vivo... pero el dolor me decía que era yo real, que existía. Muchas veces me reprimí las ganas de decirles que si no existía para hablar, porqué no hacían ellas la parte que les tocaba de trabajo.
Para eso sí que existía... pero siempre he entendido que a un igual en el trabajo no tienes por qué recordarle cuál es éste. Siempre callé y trabajé.
De pronto, Guillermo le puso un nombre a lo que estaba sintiendo.
Las reuniones se hacen los jueves a las 19:00. En otra entrada hablaré más de ellos y de la maravillosa labor que realizan.
A mitad de camino deseé volver a casa. ¿Para qué iba a ir? ¿Alguien de allí iba a creerme? Dudaba aún que mi médico hubiese dado crédito a lo que le conté.
¿Cómo podía explicarles el terror que sentía dentro, tan dentro? ¿Me creerían, se burlarían?
Solo sabía que no podía explicarme a mí misma aquél terror que sentía y menos aún explicárselo a otra persona. ¿Porqué desde aquél día que me derrumbé el mundo era árido y hostil, oscuro, frío, muerto?
Recuerdo que la tarde que me acerqué por vez primera a la asociación ya había anochecido, tenía frío, llevaba unas gafas de sol muy oscuras, ocultándome, ocultando mis ojos hinchados de llorar y la expresión de mi cara, una expresión que no soportaba ver en el espejo. Me vi de refilón en un escaparate, ¿dónde vas?, pensé. Nadie te va a creer.
Pero llegué hasta allí, empecinada, bastante me había costado salir de casa para echarme atrás a mitad de camino. Tuve suerte ya que solo había cuatro personas, Ricardo, Guillermo (psicólogo clínico) y otra mujer, víctima de acoso laboral. Sé que de haber habido más gente no habría dicho ni mú. La otra mujer es argentina, recuerdo que su forma dulce de hablar me sosegó algo. Recuerdo su tono de voz, pero no recuerdo de qué habló. Recuerdo a Ricardo y a Guillermo haciéndome preguntas; de esa tarde apenas me recuerdo a mi misma diciendo que nadie me iba a creer nunca, que "ellos" siempre vendían su imagen de "adorables", les conté un incidente que se me había quedado bloqueado durante meses y que no había podido contar a nadie salvo a mi hija y que solo le mencioné dos o tres veces.
Desde que me dieron la baja en el trabajo, estaba sumida en un horrible estado mental. Quisiera que entendierais lo desesperanzada que me sentía. Con un imparable monólogo interior, un "runrún" que no podía parar. Por las mañanas me despertaba tensa, agarrotada, tiesa cuán larga soy, dolores en los dos brazos, en los dos hombros, contracturada de cintura hacia arriba, calambres en los gemelos, las cervicales rígidas, una irritante e insoportable parestesia en el brazo izquierdo que se acentuaba increíblemente cada vez que me acordaba del trabajo o de mis compañeros de trabajo.
Sentía que mi interior no existía, que era una cáscara vacía, con lo mínimo indispensable para regir mi cuerpo. No tenía hambre, solo nauseas. El trastorno gastrointestinal era un infierno. Sentía que el tiempo se había detenido, me parecía revivir todos los días lo mismo; dolor, dolor, dolor. Físicamente, mentalmente, anímicamente, espiritualmente; no me sentía viva, sino como una especie de zombi o sombra de lo que antes fui.
Recuerdo que unos días antes de ponerme enferma, una tarde que el ninguneo se me hizo insoportable, me encerré en el aseo, y allí sentada, me arrancaba el vello de las piernas; y sí, estaba viva, no era un fantasma; si me dolía, es que estaba viva.
Ellos podían negarme el habla, se podían dar la vuelta para hablar entre ellos cuando yo les dirigía la palabra, como si no existiera... podían ignorarme hasta que era un ser vivo... pero el dolor me decía que era yo real, que existía. Muchas veces me reprimí las ganas de decirles que si no existía para hablar, porqué no hacían ellas la parte que les tocaba de trabajo.
Para eso sí que existía... pero siempre he entendido que a un igual en el trabajo no tienes por qué recordarle cuál es éste. Siempre callé y trabajé.
De pronto, Guillermo le puso un nombre a lo que estaba sintiendo.
Ocurrió en el trabajo un incidente que aún ahora, me hace dudar de la cordura de mí compañera, ojalá llegue el día que para acceder a un lugar de trabajo en el entorno sociosanitario se hagan test o exámenes psiquiátricos.
Quizás uno para averiguar qué tipo de maltratador eres, otro para saber qué grado de psicopatía tienes, otro para averiguar cuánto desprecias la vida de los demás para putear a una compañera y quedarte tan pancha... para averiguar si tu narcisismo te permite trabajar en equipo...
El llanto y la tensión en las cervicales me producían unos insoportables dolores de cabeza. Semanas después llegó lo de morder fuertemente mientras dormía. Dolor de muelas, de los huesos del cráneo y de los músculos faciales y del cuello.
Seguía sintiendo miedo para todo. Salir a la calle me suponía un ataque de llanto, pero salía. Me iba a comprar al supermercado llorando. Me acercaba hasta el estanco llorando. Paseaba a mi perro llorando. Lloraba sin parar, no podía controlar mis emociones, no podía controlarme a mí misma.
No podía dormir, no tenía hambre, solamente sentía dolor, a veces creía que el alma había huido de mi cuerpo, que el espíritu me había abandonado, que mi mente se había ocultado en algún lugar de mi psique o en mi inconsciente, ya no era yo... ni cosa ni persona ni nadie.
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