El martes 13, la directora me llamó a su despacho, quería saber que me pasó, porqué me fui de allí llorando. La chica de transporte me comentó que la directora la llamó al despacho para saber qué pasó, no sé que se dijeron. A la directora le dije que no quería hablar de ello, que era por asuntos personales, que ya estaba mejor.
Mentí.
No era ni personal ni estaba mejor, pero no quise que ella precisamente se enterara de qué me pasaba, de que ya estaba al límite de mí misma. Una de mis compañeras, (la llamaré Lola) estuvo muy amable ese día, pero siempre acababa sus frases con la pregunta de qué me pasó el otro día. Hasta me ayudó a hacer un cambio a una usuaria con la que entonces usábamos la grúa.
Mi otra compañera (la llamaré Lolita) ni se dignó a mirarme, y para mi jefe, el T. O., tampoco existí.
A Lola ese día le tocaba darle el baño a una de las usuarias. Lolita estaba en la plaza con los usuarios que habían querido salir a presenciar los festejos. Sobre las 12:00 entré en el centro y vi a Lola en las mesas de los refrigerios de la planta baja, merendando. Arriba, los usuarios estaban solos.
Es curioso, me gané más de una reprimenda por llevar de urgencia al aseo a alguien y dejar la sala, mientras mis dos compañeras o estaban de cotilleo en algún despacho o hablando por teléfono, la reprimenda me la llevaba siempre, pero no pasaba nada si ellas se escaqueaban y me cargaban el trabajo a mí. O eran ellas las que dejaban sola la sala.
Me alucinaba ver como mis compañeras, trabajaban si querían y dejaban solos a los usuarios cuando querían y les convenía. Y no pasaba nada.
Subí arriba y encontré que algunos usuarios se lo habían hecho encima, me tocó limpiarles y cambiarles. A Lola, ese día, le conté dos cambios. A Lolita solo uno, el resto, aproximadamente unos diez o doce, los hice yo.
A Lolita llevaba tiempo contabilizándole los cambios que hacía. Uno. No más. Lola solo estaba en medio, hablando y hablando y hablando... y solo se encargaba de las usuarias válidas, las que no llevan pañal, las que van solas al aseo.
Era la nueva del grupo, y allí el peloteo era lo de cada día. Me revolvía las tripas oírlas. Más me revolvía las tripas oír como malhablaban cuando la otra persona se daba la vuelta.
Por la tarde, vino una de las últimas que habían estado en prácticas. Me saludó y fue a hablar con mis compañeros, el T.O. y Lolita. Entre risas y bromas, el T.O. le dijo que llevara un c.v. a las oficinas de la subcontrata que pronto habría una baja. Me quedé de piedra. No sabía que ninguna de mis compañeras pensase en cambiar de lugar de trabajo.
Yo estaba en una mesa con unas usuarias jugando con un juego de reconocimiento de imágenes. Cuando vi que la de prácticas, se largó rápidamente, sin mirarme ni despedirse, tuve la certeza de que no fantaseaba. Iban a por mí.
Recuerdo que mí cuerpo se puso en guardia, noté que me estaba empezando a sentir muy nerviosa, de esos nervios que te agarran el vientre y le dan la vuelta, esos nervios que hace que los brazos y piernas tiemblen, los labios se entumezcan como si por allí ya no circulase la sangre.
Entendí por fin, sí, iban a por mí. NO me había imaginado nada, entendí que no estaba agotada de trabajar por tres, que no fantaseaba en nada, SÍ, iban a por mí y ya le habían asignado a otra mi plaza.
Todo encajó, el ninguneo, las órdenes contradictorias, las reprimendas por nada, las miradas de rencor, las miradas solapadas, los silencios cuando aparecía yo...
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