El jueves, 8 de octubre de 2009, poco antes de acabar mi turno, pasó por el Centro una de las últimas sustitutas que habíamos tenido. La llamaré Teresa pero no es su nombre real. Es un cielo de mujer.
Llevaba semanas sin verla; mientras había sustitutas o gente nueva (tipo estudiantes en prácticas, etc.), mis compañeras de trabajo se dedicaban a conocer a esa persona nueva. Su dedicación y despliegue de encantos de serpiente me servía para hacer mí trabajo sin ser víctima de acoso. De paso, decir que también tenía que hacer el de ellas, pero me daba igual, mientras estaban entretenidas con esa novedad, se olvidaban algo de mí.
Volviendo al 8 de octubre, en cuanto vi a esa mujer, mi dique interior se rompió. Empecé a llorar y no dejé de hacerlo hasta casi dos días después.
Esa noche no dormí, ni la siguiente; llevaba acumuladas muchas noches durmiendo mal y muchas más sin dormir apenas desde el mes de agosto anterior.
No sé aún porqué la visita de Teresa desencadenó aquella tormenta de emociones que no pude controlar. Solo podía decir: -no puedo más, no puedo más...
Los compañeros de transporte me acercaron hasta casa.
Seguí llorando sin parar hasta el día siguiente. Me levanté como pude de la cama, me duché, desayuné. Y seguía sin parar de llorar. Estaba hundida completamente.
Llamé a Mónica, la coordinadora de la subcontrata, le pedí que me diera ese día libre, porque no podía soportar la idea de ir a trabajar y ver a mis compañeros.
...no puedo, Mónica, no sé que me pasa, pero no puedo...
Mónica intentó razonar conmigo sobre mi estado lamentable, pero seguía a piñón fijo, no podía.
Al final accedió a darme ese día libre con la condición de que me acercase hasta las oficinas para contarle personalmente lo que me pasaba. Mi hija me acompañó en bus hasta allí. Seguía sin dejar de llorar...
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